sábado, 3 de diciembre de 2011

Prologo

Nunca me había detenido a pensar en que todo ese montón de criaturas míticas podrían existir, era algo fuera de la cordura de lo que conocía. Fuera de la realidad. Muy por fuera de lo que los ojos humanos nos permitíamos ver, pero que estaban allí, rodeándonos, caminando entre nosotros.

Mi mejor amiga era hibrida, mitad vampiro, mitad humano. Su familia era vampiro. No cazaban humanos. Solo animales. Vampiros vegetarianos. Y como si las cosas no fuesen suficientemente extrañas…

Estaba imprimada de un licántropo. Un hombre lobo perteneciente a una manada donde habían muchos más como él, que protegían una reserva donde los mitos de sus antepasados aun estaban haciendo de las suyas en el presente. Estaba profundamente enamorada de el.

Se suponía que el también de mi. Profundamente Imprimados.

Se suponía que era para siempre. Hasta que aparecieron terceras personas y todo se distorsiono. Nuestra historia paso a ser algo…

Entre terceros.

…Ahora estaba entre la espada y la pared, entre intentar amar o morir a manos de un vampiro. Para el cual mi sangre era como el cielo y el infierno a la vez. Eso era yo para él, su ángel con una esencia que lo incitaba al pecado.

Nahuel me amaba, pero también sentía ansias de matarme. Gran dilema.

El me prometía una vida eterna a su lado, exclusividad. Me proponía unirme a él, a cambio de eso me dejaría con vida.

Tal vez si fuese la misma chica de antes, pensaría en la opción de volverme inmortal e irme con él. Quería ser un vampiro, la súper fuerza, rapidez y belleza, eran bastante tentadoras.

Más en esos momentos en los cuales solo deseaba salir corriendo y como una gran cobarde huir del dolor que perforaba mi corazón día tras día. Pero no podía salir corriendo así como así.

Había muchas cosas que podría ser diferentes con esa propuesta si tan solo no estuviese imprimada hasta la medula. Ahora, yo, Caroline Roses, no me pertenecía a mí misma, mi vida, mi corazón y todo lo que podría ser mío, le pertenecía al idiota que había roto mi corazón en muchos pedazos.

Seth Clearwater.

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